Contaban del dictador Franco que no bebía porque, en sus propias palabras, lo probó una vez y no le gustó, ni fumaba porque lo probó una vez y no le gustó, ni jugaba a las cartas porque lo probó una vez y no le gusto. Terminaba el chascarrillo recordando que su hija fue hija única. Salvando las evidentes distancias siempre que recuerdo las famosas patatas con huevos estrellados de Lucio, no sé bien porqué, me viene a la cabeza la referida anécdota, y es que a mí, como al infame general, me pasó que las probé una vez y no me gustaron. Comprendo lo arriesgado de un juicio como este, basado en una única experiencia, pero creo que tras lo oído, leído y hablado sobre las famosas patatas esperaba una experiencia algo más satisfactoria.
Tras decir que no me gustaron hay
que aclarar que buenas estaban buenas, pero no les encontré ese extra, ese plus
que por su fama estaba esperando y que no llegó.
Quizás el plus no lo tenía que
buscar en el plato sino en los ocupantes de las mesa adyacentes, donde ese
día, como cualquier otro, se sentaban algunas personalidades de distinto
brillo, pelaje y condición. Yo, que no le suelo hincar el diente a este tipo de
producto, por más refinado que sea, no conseguí que me aportaran nada al sabor,
al olor o a la textura de mis huevos estrellados.
En demasiadas ocasiones, me temo,
sucede en el mundo gastronómico que nadie se atreve a decir que el Emperador va
desnudo después de que todo el mundo aclama los finos bordados y el corte
exacto de su traje.
Conseguir con únicamente patatas,
aceite, huevos y sal un momento culinario de alto nivel es algo casi mágico,
pero si en un país somos capaces de hacerlo es aquí porque, y eso seguro que lo
trataremos muchas veces en los futuros
contenidos de este blog, la cocina humilde, la que ha nacido de la necesidad es
sin ningún género de duda la que antes y por encima de otras tendencias, sin
duda extraordinarias pero más modernas, caracterizan y definen a nuestra
cocina.
Las patatas de Lucio las he
comido, exentas de aderezos sociales y de prejuicios positivos o negativos, en
otros muchos sitios. Y eso, en esencia en una gran noticia. También para Lucio
porque si algo hay que reconocerle es la sencillez de su propuesta y el
compromiso de mantenerla igual década tras década. Las patatas de Lucio son tan
buenas como algunas de las mejores que he comido y tengo por seguro que si me
las llegan a administrar tal cual en un pequeño bar de un mínima carretera de
Murcia las habría aplaudido sin contemplaciones.
El mundo del prejuicio, el mundo
de lo subjetivo, el mundo de la predisposición. Que le vamos a hacer.
Y ahora vamos a lo que importa.
Unas buenas o muy buenas patatas, aceite de oliva virgen extra, sal y los
mejores huevos que podáis encontrar bastan para una de las mejores expresiones
gastronómicas patrias, origen insuperable de toda la panoplia de huevos
estrellados que encontramos ahora en cualquier sitio.
Las patatas deben de ser para
freir, con un alto contenido de almidón, pero el mejor consejo para no equivocaros
es preguntar en vuestro mercado al comerciante de confianza. No es negociable
que el aceite sea un virgen extra, y ya puestos podéis probar si no los
conocéis los que se están elaborando en la provincia de Alicante. De los huevos
solo decir que es importante investigar, para este y para otros muchos platos,
que posibilidades tenéis en vuestro entorno de conseguir huevos frescos de
gallinas bien alimentadas y criadas al aire libre. Y la sal a la que, siendo lo más
barato, casi nunca le damos la importancia que tiene ni aprovechamos el juego que nos puede
dar. Si os gusta encontraros con la sal atreveros a salar la preparación al
final y con una buena sal en escamas.
Después la idea es aparentemente sencilla,
conseguir ese equilibrio entre la cocción y la fritura de la patata. Mi
consejo, comenzar atacando a la patata con un aceite bien caliente, seguir con
un fuego bajo para que la patata se cueza en el aceite y terminar viniéndonos arriba
con un nuevo apretón de calor.
Para los huevos yo prefiero huir
de la fritura clásica y me decanto más
por unos huevos hechos con muy poco aceite, lentamente y tapados. Siempre será
mejor dejarlos menos que más hechos para permitir que se terminen de hacer en
intima unión con la patata, caliente y recién sacada del aceite. Lo de la sal
antes o después, como ya he dicho queda al capricho del oficiante.
las últimas que he hecho |
Una mezcla cariñosa y lenta de
patatas y huevos es el último, pero importante, paso. Nada de prisas ahora que
estamos acabando. Despacito y disfrutando.
un poco de pan y vino y listo |
No hay comentarios:
Publicar un comentario