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martes, 7 de octubre de 2014

DE OLLAS CON HISTORIA



Nos movemos en medio de la historia pero muchas veces nos quedamos solo con los grandes nombres, con los grandes eventos que llenan las crónicas oficiales e ignoramos la intrahistoria que, mucho más de lo que nos imaginamos, nos acompaña día a día.

Casi nunca pensamos en las aventuras que se esconden detrás de muchos de los platos que a diario ocupan nuestras mesas y llenan nuestros estómagos.

Pensemos por un momento en los más humildes, pensemos en las ollas, olletas, cocidos, potes, pucheros o escudellas. Sin duda todos ellos tienen algo en común. Como nacieron y como evolucionaron en cada pueblo, en cada grupo humano, para terminar siendo lo que son, para terminar siendo algo parecido pero siempre distinto, tan diverso como diversas son las sociedades que los consumen, es una pregunta que nos invita a deleitarnos no solo con su ingesta sino también con su historia.

Desde las adafinas hebreas, origen de toda la variedad de ollas posteriores, hasta las modernas expresiones deconstruidas de los cocidos más clásicos, podemos viajar a lo largo de siglos y observar como los grandes sucesos también dejaron huella permanente en nuestra forma de comer.

Situaros a finales del siglo XV, una cocinera judía prepara el viernes la adafina para el Sabbath. Durante toda la noche al costado del fuego, muy lentamente las verduras, las legumbres y la carne de cordero irán cociendo. Para cumplir con las exigencias que la mano de Moisés plasmó en el Levítico  nada se cocinará  el sábado, ni se incluirá en la olla -precepto que comparten con los ismaelitas- parte alguna del cerdo.

Pero el Edicto de Granada está a punto de firmarse y para no ser expulsados muchos de los judíos conversos harán pública exhibición en los próximos meses de su nueva fe añadiendo tocinos, morcillas y chorizos a sus pucheros. Nacerán así las nuevas ollas, fruto del miedo a la temible Inquisición, hasta llegar a la que Calderón de la Barca alabó como la Princesa de todos los cocidos, la Olla Poderida, la olla de los poderosos, la de aquellos que podían sacramentarla a conciencia con morcillas y chorizos, con costillas, pancetas, orejas o morros.

Una olla que, cosas de la evolución del lenguaje, derivó en la que hoy conocemos como Olla Podrida y que tras emigrar a Francia con su enorme mezcla de ingredientes, volvió en forma de definición de discutibles mezclas musicales tras aunar en una sola palabra el pot pourri de su traducción literal al francés.

Un auténtico viaje desde Abraham hasta Luis Cobos. Ahí es nada.

Y elegiremos hoy, en contraposición a la Olla Poderida de los poderosos, una de las ollas más humildes que aún se cocinan por nuestra tierras de Levante, una autentica olla viuda sin sacramento cárnico alguno, pero que ha procurado durante siglos el disfrute de los menesterosos. Hoy gozaremos del humilde, pero excelso, Trigo Picao.

Poned a remojar trigo y garbanzos durante toda la noche. Al despertar poned garbanzos y trigo a hervir hasta que comiencen a estar cocidos. Mientras cortad zanahorias, acelgas, calabaza, nabos, pencas de cardo e hinojo en trozos pequeños. En el último momento limpiad bien de hojas duras unas alcachofas y trocearlas.



Incorporad todo a la olla cuando se advierta la primera renuncia en la firmeza de la legumbre y dejar cocer.

Por otro lado preparad un majado con cebolla sofrita, ajos y pan frito, pimentón dulce, almendras y un poco de tomate triturado. Añadir a la olla, ajustar de sal y probad un poco cada rato hasta que la cosa esté en su punto.



Sobre las cantidades nada hay mejor que la experiencia y ajustarse cada cual a sus gustos. Así han evolucionado los condumios a través de los tiempos y no creo que seamos nosotros los que tengamos que enmendar la plana al devenir aleatorio de la historia.


Y para acompañar un buen vino de una uva casi totalmente desconocida, la Mandó, que  actualmente se cultiva en pequeñas fincas del Pais Valenciá y que da como fruto vinos como el Parotet, un vino de Bodegas Celler del Roure que se cría, como muy antiguamente en tinajas de barro enterradas. Una valiente rareza que merece ser probada.





A disfrutar.