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domingo, 21 de septiembre de 2014

APERITIVOS


Cuándo decidió la humanidad que las palabras, además de servir como aséptico medio de comunicación, podían adornarse, retorcerse, desnudarse o repetirse para reflejar sentimientos, deseos o para imaginar historias a través de la literatura es una incógnita. También lo es cuando el alimento dejó de servir como exclusivo transmisor de nutrientes y derivó en lo que hoy conocemos como gastronomía. Quién decidió salar por primera vez una carne o elegir una madera determinada para extraer aromas especiales de una hoguera o quién rimo por vez primera unos versos, será siempre un misterio, pero quienes fueran nos abrieron nuevos y enormes mundos de placer.

La gastronomía y la literatura cubren dos necesidades alimenticias básicas, las que tienen que ver con el cuerpo y las que tiene que ver con el espíritu. En ambas podemos disfrutar de propuestas largas y contundentes, de cocidos madrileños y de Guerra y Paz, y también de opciones más delicadas y sutiles, de pequeños hojaldres de setas y foie junto a poemas de Ángel González.


Elegía pura

Aquí no pasa nada,
salvo el tiempo:
irrepetible
música que resuena,
ya extinguida,
en un corazón hueco, abandonado,
que alguien toma un momento,
escucha
y tira.


No entiendo a la gente que de forma voluntaria se exilia de cualquiera de estos dos placeres. Sufro en carne ajena con aquellas personas que no disfrutan de una buena comida y no entiendo a las que ignoran los viajes que propone la literatura. Tantos años de evolución desde el primer aderezo o desde el primer verso, tanto que disfrutar, tanto que comentar, tanto que descubrir es triste que, en ocasiones, se quede en nada.



Apostemos hoy pues, y en ambos campos por sencillos pero serios aperitivos. Propongamos pues un mini-menú. 

Para abrir boca una delicada experiencia diseñada para dejar a los sentidos esperando algo más. En esencia el concepto de perfecto aperitivo. Alfonso Paso, un madrileño afincado en Murcia, nos lee un pequeño trozo de uno de sus delicados poemas. 

Después de disfrutar de este entremés os sugiero que os diseñéis vosotros mismos un menú completo de Alfonso. 





Y, por ahora, de segundo -que también debemos de alimentar el cuerpo- una pequeñas pero imprescindibles Croquetas de Idiazabal y huevo.

Sencillas. Se cuece un huevo y mientras tanto se ralla un buen Idiazabal. Se trabaja una delicada bechamel. Ya sabéis, mantequilla con un poco de aceite para hacer con la harina una buena roux. Sobre ella sin miedo se vierte la leche ya caliente sin dejar de batir durante un buen rato mientras la mezcla hierve a fuego suave. Se añade pimienta, un poco de nuez moscada y el huevo picado. Finalmente se incorpora el queso y se prueba. ¿Cuanto queso? A vuestro gusto, pero cuanto más queso incorporad menos sal. No lo olvidéis.
Se refrigera la mezcla unas horas y después se montan las croquetas en bolitas pequeñas de un solo bocado.

Freidlas justo en el momento de servir. Así estarán crujientes y deliciosas.






Lo dicho dos aperitivos que nos deben dejar en espera de raciones más sustanciosas, pero con un estupendo sabor de boca.




1 comentario:

Juan Bay dijo...

Ya ves, Javier, que sin haber leído tu última entrada, la mía va a parar al mismo poeta, recordando tu cita de hace no mucho en una cena...

http://los-gases-son-comprensibles.blogspot.com.es/2014/09/sabado-que-se-levanto-lunes.html